entado en un “Pan Pa´ Ya” con un amigo, hablábamos de: ¿por qué en Bogotá hay tan bajo sentido de pertenencia? Ambos vivimos parte de nuestras vidas fuera de esta ciudad, y por un momento concluimos que la falta de pasión respondía al fenómeno de intercambio de personas que constantemente experimenta la capital. Pero, ¿esto realmente será así?
En noviembre de 2018 se publicó la Encuesta de Percepción Ciudadana de “Bogotá cómo vamos”. En esta encontramos que la primera de las preguntas corresponde a medir si los bogotanos sienten que las cosas van por buen camino. Sólo el 34% de los consultados respondieron de manera positiva a este interrogante. Más preocupante resulta ser que, si hacemos un análisis histórico sobre esta misma pregunta, la última vez en la que hubo una percepción positiva de la mayoría de los ciudadanos fue en el 2010.
Por otro lado, respecto al nivel de satisfacción de los habitantes en la capital del país como una ciudad para vivir, encontramos que el 47% se encuentra satisfecho. Es decir, más de la mitad de las personas que viven hoy en Bogotá (el 53%), no se siente a gusto en ella.
Por el contrario, en ciudades como Manizales y Medellín, el panorama es opuesto. En la primera, el 97% de sus ciudadanos están orgullosos de su ciudad y el 84% siente que va por buen camino; en la segunda, el 81% está satisfecho de Medellín como lugar para vivir.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿por qué desde el año 2010 la mayoría de las personas que vive en Bogotá sienten que las cosas van por mal camino? ¿por qué nos sentimos insatisfechos en el distrito? y ¿qué diferencia a nuestra ciudad, por ejemplo, de Manizales y Medellín?
Creer que las respuestas a los interrogantes anteriores dependen únicamente de aspectos en los que a Bogotá le va mal como movilidad, salud o seguridad, es quedarse corto.
Está claro que en Bogotá carecemos de símbolos e identidad, y esto impacta en el pesimismo y en la insatisfacción que tenemos los que vivimos en la capital. En otras palabras, no tenemos o no sabemos de qué sentirnos orgullosos. Es común escuchar decir entre la gente bogotana, de nacimiento o por adopción, que esta ciudad no es de nadie, que los “provincianos” no la cuidan porque no se sienten parte de ella, que es muy difícil porque la capital recibe gente de todas partes y de todas las culturas, todo el tiempo.
Si bien lo anterior puede ser cierto, no significa que, a partir de aquella multiculturalidad y permanente fenómeno de inmigración y emigración, podamos construir una identidad de ciudad que nos haga sentir orgullosos.
Si nos vamos a grandes capitales del mundo como París, Londres, Buenos Aires o Nueva York, encontramos iguales o mayores fenómenos de intercambio cultural y de personas. Sarah Lyall, corresponsal en Londres del New York Times escribía en A mighty city trembles at a global crossroad que uno de los más importantes pilares de la identidad londinense era su biodiversidad cultural; el hecho de que en un restaurante italiano el cocinero sea oriental y el mesero mexicano, hacen de Londres una ciudad cosmopolita con símbolos culturales, turísticos, gastronómicos y sociales bien definidos.
Hagan el ejercicio, piensen en qué identidad o con qué símbolos cuentan Medellín, Barranquilla, Cali, etc. No se limiten a construcciones o lugares turísticos, la identidad es algo mucho más grande. Para tomar un ejemplo, usemos a Medellín: vienen a la cabeza paisas, echados para adelante, metro, la eterna primavera, feria, bandeja paisa, etc.
Ahora hagan el mismo ejercicio con respecto a Bogotá y dejen por fuera a Monserrate ¿Cuál fue el resultado? ¿Las cosas que surgieron en el ejercicio, realmente hinchan su pecho de emoción?
Lo cierto es que en Bogotá no nos hemos preocupado por crear una Identidad de Ciudad en la que quepa la Colombia que la habita y de la cual nos sintamos orgullosos. Siempre el problema es del otro, pero no nos hemos sentado precisamente a construir juntos un nuevo paradigma de ciudad. ¡A por él!
Artículo publicado en: blogs.eltiempo.com