En Bogotá nos preocupamos por el cambio climático, por los
niveles de contaminación de la ciudad, por los ritmos de consumo de la
ciudadanía e incluso por el ritmo de entrega de licencias de construcción sobre
la periferia de la ciudad, pero pocos se preguntan por el alarmante crecimiento
del parque automotor de los últimos años.
Un muy interesante análisis, publicado en la página de
Bogotá Cómo Vamos, sostiene que en la ciudad transitan alrededor de 2,4
millones de vehículos, de los cuales la mitad son automóviles, un 20 por ciento
motos y un 24 por ciento camionetas, dejando en un reducido 5 por ciento al
transporte de servicio público y apenas un 2 por ciento a los taxis. Dice en su
análisis el autor algo que es correcto: “Por cada 3 habitantes hay un vehículo
a motor y por cada motocicleta, 4 carros”.
En el mismo informe se explica que entre 2013 y 2018, el
parque automotor de camionetas ha venido creciendo un 62 por ciento, los
vehículos un 24 por ciento y las motocicletas, un 23 por ciento. Y aunque los
vehículos de servicio público han aumentado en apenas un 2 por ciento, la
Encuesta de Percepción Ciudadana 2018 -aclara la publicación-, concluye que 6
de cada 10 ciudadanos se movilizan en transporte público como su principal
medio de desplazamiento.
Con este diagnóstico, está claro hacia dónde debemos avanzar
en Bogotá los próximos cuatro años: 1. Alternativas de transporte público para
que nuestros ciudadanos no sufran con el sobrecupo y las largas esperas. 2.
Conectar a Bogotá con los municipios aledaños para facilitar el flujo de
habitantes que entran y salen desde y hacia sus trabajos. 3. Resolver el debate
de Uber en Bogotá. 4. Promover el uso de la bicicleta. 5. Intervenir las vías en
las que la movilidad agoniza.
Todo lo anterior, desestimula la compra descontrolada de
vehículos e impacta positivamente la calidad de vida de una ciudadanía que está
agobiada por las dificultades en el tráfico, las pocas alternativas de
transporte público y los tiempos eternos de desplazamiento.
Se trata de temas que deben resolverse con propuestas
claras, con una hoja de ruta aterrizada, con presupuesto y cifras reales y,
sobre todo, con la mayor prioridad en el Plan de Desarrollo de los próximos
cuatro años en Bogotá. Desde allí, el Concejo de Bogotá también tendrá una
labor fundamental de control político, de verificar que sí se cumpla lo
plasmado en ese documento, que se inviertan los recursos con transparencia y
que se respete el mandato de los ciudadanos para el próximo periodo de Gobierno
en el Distrito.