El pasado 27 de noviembre, la opinión pública centró su atención en las instalaciones del Capitolio Nacional. Allí, se adelantaba un debate de control político citado por parlamentarios con poder de convocatoria ciudadana (Robledo, Petro y Lozano). Además, con una capacidad histriónica y, a veces maquiavélica, para captar la atención sobre el escándalo de Odebrecht.
Más allá del fondo, de las conclusiones de dicha citación, vale la pena rescatar la relevancia democrática del debate público. Para dichas conclusiones, son las autoridades competentes quienes aclararán los hechos y pruebas, como es su obligación constitucional.
Históricamente, el Congreso ha sido el escenario por excelencia de los mejores oradores de la República. Donde se han dado los debates más polémicos y las denuncias más relevantes para la vida política nacional. Estos debates, trascienden del dialogo social que se da entre distintos sectores de la sociedad.
Quizás, de los más importantes fue el debate adelantado por el Representante Laureano Gómez contra el Presidente Marco Fidel Suárez. Éste, se llevó a cabo por la venta del salario del primer mandatario a un banco internacional. Con una elocuencia magistral, ese debate concluyó con la renuncia del Presidente y convirtió a Laureano en una figura nacional. De esta manera, el país encontró en los debates parlamentarios la herramienta dialéctica que necesitaba para desgastar políticamente al contendor.
En la orilla opuesta, aparece el político Liberal Jorge Eliecer Gaitán. En medio de su amor por la plaza pública, no dejó de lado el recinto legislativo para adelantar debates. Debates tales como el de la “Masacre de las Bananeras”.
Siendo Representante fue hasta el fondo. Realizó más de un centenar de entrevistas a pobladores de la zona. Y además, acusó formalmente a la tropa al mando del comandante General Cortés por los muertos y los hechos ocurridos. Y los días 3, 4, 5 y 6 de septiembre de 1929, suscitó uno de los más intensos e históricos debates que se hayan vivido en el Parlamento colombiano y que abrió el boquete para acabar la hegemonía conservadora en 1930.
Hoy, más allá de los ataques personales que se dieron en el seno del hemiciclo entre distintas fuerzas políticas, el país – como pocas veces ocurre – estuvo pendiente de las actuaciones de sus representantes. Esto, En medio del candente panorama político, que aún mantiene al país en las discusiones sobre el futuro de Colombia. Discusiones que giran en torno a la corrupción. Todo ello se hizo gracias al arma de la democracia: “el debate parlamentario”.
Se ventilaron posiciones sobre el modelo de país que queremos. Se abrieron espacios para la reflexión de reformas estructurales. Se confrontaron versiones sobre hechos de suma gravedad. Y cada cual en su fuero interno, tomó partido.
Si bien, el congreso tiene la reputación más baja de todas las entidades públicas. No podemos ignorar la importancia que tiene, para conocer lo que pasa en las altas esferas del poder. Además, el Congreso, de forma directa o indirecta, involucra hasta al más humilde de los colombianos.
La ciudadanía cada día despierta más, quiere saber cómo se manejan los recursos. Y de seguro, con el paso del tiempo seguirá vigilante sobre los destinos que toma día a día Colombia. Más democracia, más patriotismo, más debate de ideas, menos demagogia, menos corrupción y menos conformismo. Es hora de usar las herramientas que nos pertenecen.
El Congreso debe recuperar su credibilidad y su majestuosidad. Debe volver a las épocas donde una acusación desde el parlamento, como mínimo, debía ser escuchada por el país. Se debe ejercer con total transparencia y contundencia la función de control político. Para el bien de las instituciones y la restauración moral de la Patria.
Ingeniero Agronomo de la Universidad Nacional de Colombia con experiencia en Asuntos Legislativos. Consultor en Tecnologías de la Información y marketing politico.
Interesado en asuntos publicos, sector agropecuario, desarrollo rural y ciudades inteligentes.