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Las mujeres merecen una mejor Reforma Política

Tengo varias amigas que decidieron meterse a la política. Todas tienen algo en común: historias de abusos, acoso laboral y propuestas indeseadas. Solo basta con estar unos minutos en el congreso para ver cómo funcionarios y congresistas hombres toquetean y hablan inapropiadamente a sus colegas mujeres. “¿A cuántos te tuviste que comer para llegar donde estás?” es una pregunta casual.

Esta semana, la Reforma Política pasó su primera vuelta en el Congreso. Aunque nada está definido aún, pues todavía debe pasar por otros cuatro debates, hoy están planteadas nuevas condiciones para elaborar las listas de candidatos al Congreso, Asambleas, Concejos y Juntas de Acción Local.

La Reforma elimina el voto preferente: se votará por la lista completa, no por un candidato, en un intento por evitar que personas sin experiencia ni participación dentro de los partidos puedan subir en las listas por el tamaño de la billetera. Además, hay otro cambio importante. De ahora en adelante, las listas tienen que ser cremallera, es decir, no puede haber dos personas del mismo género seguidas en las listas.

Uno de los objetivos de la Reforma es aumentar la participación de las mujeres, quienes han sido tradicionalmente invisibilizadas y maltratadas en el medio. A simple vista puede sonar como una buena solución. Sin embargo, creo que la propuesta es un paño de agua tibia que solo esconde el problema de fondo.

Primero, la discriminación positiva no ha funcionado. Este no es el primer intento por “obligar” una cierta composición de las listas por género. La Ley de Cuotas del 2011 se dio con el fin de que el 30% de los altos cargos del Estado fueran ocupados por mujeres. Después de siete años y la ley ha pasado sin pena ni gloria y la composición femenina del Congreso es menor al 21%.

Segundo, envía el mensaje equivocado. Asegurar que la mitad de las curules en corporaciones públicas sean para mujeres por el hecho de ser mujeres, solo refuerza la idea de que, debido a una falsa inferioridad, necesitan unas reglas diferentes que favorezcan su elección en cargos públicos. Si la idea es que la carrera sea justa, debemos quitar los obstáculos que enfrentan las mujeres, no permitir que corran menos metros.

Y, tercero, hay menos mujeres que hombres interesadas en ejercer cargos públicos. Si partimos del hecho de que en este país las mujeres tienen más obstáculos para educarse, trabajar, ganar salarios dignos y ocupar posiciones de poder, la probabilidad de que haya más hombres en política aumenta. Sin listas cremallera, hoy los partidos políticos ya tienen problemas cumpliendo con la Ley de Cuotas, pues la cantidad de mujeres en política es mucho menor a la de los hombres.

Finalmente, quiero dejar claridad sobre algo. En Colombia el machismo es un problema real y tangible. El intelecto o la capacidad de una mujer para la política o cualquier otra profesión es indiferente al sexo o género que le correspondió al nacer. El problema es estructural y profundo, y por eso las soluciones tienen que apuntar a cambios desde la base.

Hay que facilitar que puedan soñar con ser congresistas o concejalas. Los cargos de poder son para quien los merece y si una mujer la lucha, tiene tanto derecho sobre el puesto como cualquier hombre. Es igual de loable que quiera ser enfermera o presidente de la República.

También hay que abrir espacios para que esas mujeres que escogieron la política puedan acceder a educación básica, media y universitaria en la misma proporción que sus colegas hombres. Asegurarnos de que un hijo, su condición socioeconómica o la muerte no la separen del camino que está construyendo. Hay que homogenizar el ritmo de desarrollo entre hombres y mujeres.

Por último, considero que debemos responsabilizar a los partidos de asegurar igualdad de condiciones entre hombres y mujeres. El desarrollo de procesos internos, capacitación, otorgamiento de avales y ordenes de listas no debe privilegiar a los hombres. Son estas estructuras las que deben luchar contra los comportamientos machistas a los se somete toda mujer valiente que decidió hacer de su proyecto profesional la política colombiana.

¿A quién se comió esa mujer para llegar donde está? Pues al mundo.